Alimañas y otros monstruos - Finca San Antón
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Alimañas y otros monstruos

 

 

Zorro rojo Finca San Anton

 

Sobre alimañas y otros monstruos

Jorge Castro, Catedrático de Ecología

 

La Plaza de los Lobos es un bonito enclave de la ciudad de Granada que debe su nombre a los citados cánidos. Desde el siglo XVI fue el lugar en el que los lugareños llevaban las pieles de lobos y otras “alimañas” (o cualquier otro resto del cadáver que diese crédito de su muerte) para cobrar la recompensa que las autoridades ofrecían por la eliminación de estos animales, entre los que se incluía casi cualquier especie de mamífero o ave que no fuese comestible y que pudiese consumir algo de interés para el hombre, fuese su propio ganado (caso del lobo), sus cosechas, otras especies de interés cinegético, nidos de aves, etc. En definitiva, se trataba de acabar con todo aquello que se consideraba dañino para el ser humano, y eran muchas cosas. No podemos juzgar a la ligera la existencia de tales costumbres, ordenanzas y reglamentos, pues la realidad de siglos pasados era muy distinta a la actual. Pero con el devenir de décadas y siglos muchos de estos animales dejaron de ser un problema para el bienestar humano, ya fuese por el avance de la tecnología disponible para conseguir y producir alimentos, ya fuese por la propia disminución de sus poblaciones e incluso su extinción local. Muchos de ellos dejaron por tanto de ser un problema para la agricultura y la ganadería, pero el interés por la caza siguió manteniendo una visión insidiosa hacia muchos de estos animales al considerar que reducirían la disponibilidad de las presas de interés para el ser humano. Imagino que, llegado cierto punto, hasta se perdiese la razón por la que se quería eliminar a los animales: una vez se instala en el identitario colectivo cierta costumbre, se asume como dogma y se ejecuta sin cuestionamiento. Es como el odio atávico a las serpientes, aunque sean inofensivas. Si desde pequeñitos nos inculcan que son bestias horrendas que nos cegarán o nos arrancarán las vísceras y que no merecen más consideración que el exterminio, terminaremos con un miedo atroz a las serpientes y con el único deseo de acabar con ellas.

La persecución hacia todos esos animales tomó fuerza en la España franquista con la creación de las Juntas de Extinción de Alimañas, cuyo objetivo –muy obvio– era  su eliminación. En tres décadas de funcionamiento se dio muerte a cientos de miles de animales, entre los que se incluyen lobos, zorros, linces, gatos monteses, ginetas, garduñas, comadrejas, tejones, aves rapaces de todo tipo, culebras, lagartos… Cuando vemos los listados de especies abatidas resulta difícil encontrar una mínima razón lógica para su elección, salvo lo sugerido al comienzo de este texto: cualquier cosa que se moviese y no se comiese. Hoy día, afortunadamente, la mayor parte de estas especies están protegidas, y el estudio de su ecología ha demostrado en casi todos los casos que raramente suponen una amenaza para los intereses humanos, al menos en el mundo actual. Muy al contrario, son claves para un buen funcionamiento de los ecosistemas y de los agroecosistemas. Una agricultura respetuosa con el medio ambiente (y desde luego más saludable) requiere de la presencia de estos animales por multitud de razones.

En la percepción que se ha tenido de estos animales juega un papel fundamental la historia del ser humano como especie. El recelo –cuando no miedo– que muchos sienten hacia arañas o serpientes es muy probablemente una respuesta evolutiva para no acercarse a un animal que, en algunos casos, puede acabar con tu vida. Pero por fortuna vivimos en una sociedad que se cimenta en el conocimiento, y ya sabemos que en España es casi imposible morir por la picadura de una serpiente, pues sólo un par de especies (muy fáciles de distinguir, y son víboras, no serpientes) son venenosas (y raramente letales), que los lagartos son seres absolutamente inofensivos, y que las salamanquesas, aparte de ser aún más inofensivas, no te escupen si te acercas. Sabemos además que estos animales comen –faltaría más–, y algunos podrán comerse a un conejo, los huevos de un nido de perdiz, o cualquier otra especies de interés cinegético. Pero la pérdida de un nido de perdiz o de una camada de conejos en nuestro país no es hoy día, afortunadamente, un problema para la supervivencia de quien los caza, pues la caza es meramente una actividad recreativa. En el supuesto de que estos animales redujesen la caza (cosa que en la mayoría de los casos no es cierta), cabe colegir que harían de ella una actividad aún más desafiante y emocionante.

Pero ni siquiera es ése el caso. Un zorro no corre detrás de la perdiz más vigorosa, sino de la más débil, enferma o inexperta. Es bien sabido que los depredadores tienen un efecto “depurador” sobre sus poblaciones de presa, lo que ayuda a reducir el riesgo de transmisión de enfermedades y elimina a los animales con peor dotación génica. Este efecto selectivo difícilmente lo hace la caza, pues nuestra percepción de la presa y nuestra forma de cobrarla (con un tiro desde cierta distancia) es bien distinta a lo que tiene que hacer un depredador. En un mundo sin depredadores las presas acabarían por agotar sus propios recursos y se convertirían en plaga, como de hecho ha ocurrido recientemente en Castilla La Mancha con los conejos, que están causando estragos en viñedos y cereal. Además, es un principio ecológico bien conocido que los depredadores raramente pueden acabar con sus presas (salvo casos de depredadores introducidos para los que las presas no tienen adaptaciones con las que defenderse), pues en el momento en que éstas escasean los primeros sufren las consecuencias de menos disponibilidad de alimento, y sus poblaciones caen, en un clásico ciclo de autorregulación de poblaciones. En definitiva, en nuestro país no hay hoy día razón para considerar a ningún animal como alimaña. Esto no implica que puntualmente cierta especie se pueda considerar como plaga por los perjuicios que ocasiona al hombre, pero raramente va a ser un depredador, sino más bien la presa por la que se quiere eliminar al depredador (como los conejos antes mencionados). Sin embargo, aún existe en la legislación española la figura de alimaña, aunque camuflada con un eufemismo menos despectivo. En las leyes y decretos que regulan la actividad cinegética (por ejemplo Decreto 182/2005 de 26 de julio) hay un grupito de animales que se consideran “predadores” y cuya caza se permite sencillamente para eliminarlos, como el zorro, la urraca, la grajilla y la corneja. Como ecólogo me cuesta trabajo entender qué daño hacen estos animales al ser humano. Por ejemplo, un zorro puede reportar más beneficio a la agricultura que perjuicio a la caza, y en cualquier case deberíamos valorar qué preferimos. En la próxima ocasión les daré detalles de la dieta de estos animales, de lo que comen y de quienes los comen…

 

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